En el ignoto día del politólogo me puse a reflexionar. No tanto sobre la veracidad acerca de los oficios pasados de Tomas Varnagy como (me, nos) contó una vez, sobre el arreglo de heladeras. A propósito, que ganas de tener un fin de semana a puro sol y tirarme sobre el pasto de la costanera sur. Ahí, donde Macri y sus empleados decidieron cerrar la reserva el domingo pasado ante el riesgo de incendios por parte de los pibes que festejaban (su?) día. Como yo ahora que festejo escribiendo (y escribiéndote, claro) y quizá me ponga medio piromaníaco y queme el cuaderno Gloria (ya hable del Gloria, acá). Pero retomo, digo, me chupa un huevo los oficios de Tomás Varnagy. Tampoco voy a reflexionar sobre Malimacci y su participación en la mesa de Mirtha Legrand como portador de raciocinio frente a la gama variada de personas que publicitaban su vacío. Igual de los dos me acuerdo bien cada vez que pienso mis tiempos de estudiante. No así de Naishtat que tenía serios problemas.
Tengo ganas de hablar sobre representación y kirchnerismo. Pero ya el título me predispone mal así que mejor escribo y después vemos lo que salió. Más bien tengo ganas de tirar ideas y vemos. Hacer un desparramo y después vemos si ordenamos, si completamos o si tiramos todo al tacho o lo incendiamos (que miedo Mauricio, que tumba Ibarra).
A ver, hagamos la pregunta: ¿a qué juega el kirchnerismo? (de que se la da, me apunta uno). No, ya sabemos de qué se la da. Incluso puede que realmente sea aquello que suponemos que se la da. Acá no sé. No tengo la más puta idea, en serio. Y no me importa. Otro tema me interesa, ya lo dije, no?: La representación. Y sumo algo. La representación como factor. Y te la completo: La ausencia de representación como factor de cambio.
Cambio. Dije cambio, y Cristina también dijo cambio. Hoy, en la asamblea de los gobiernos. Bueno no dijo precisamente la palabra cambio. Más bien dijo que “es necesario construir un mundo diferente al que hemos tenido hasta ahora”. Cristina… sus discursos es la medida de mi candor kirchnerista. Y es el motor que me lleva a escribir hoy, en el día del politólogo (Feliz día, gracias). Se lo debo a ella. Porque cuando habla, todavía quiero creer. Siempre me pareció que aquello que los medios reproducen a la sociedad como crítica, me parece su mayor fortaleza: su petulancia. Digo, a mi no me molesta su presunción, su presumir. Pero bueno, no me postulo ni en pedo de asesor. Para que, si se la saben todas. Pero estaba con las palabras de Cristina. Antes que nada, gracias por el regalo a los politólogos. Buen discurso, al punto, listo, certero. Como el tipo/mina que tiene las/os pelotas/ovarios por el piso de la misma cantinela de siempre y se la manda a guardar. Fue un “me tenés podrida”. Ojo, el mundo también está podrido de nosotros y por nosotros. Mano a mano hemos quedado… nos gustaría cantar.
Bueno, ella tiene su estilo. Lo que dice, lo dice con su estilo, medio provinciano. Ella dice “efecto Jazz”. Que no es como el tequila o la Caipirinha que te deja dando vueltas de puro mareo. Que se yo, para mi fue como si se le cayeran un par de torres más, como las del 2001. Como en el final del “Club de la pelea”. Se les vino New York abajo y quedó a escala humana. Yo lo digo así, mezcla de bambino ilustrado y politólogo de cafetín. Pero ella dice “efecto Jazz”. ¿Habrá escuchado Jazz alguna vez? Parece que no. El Jazz no genera un cimbronazo. El “efecto blues” sería más pertinente para acompañar las imágenes de los agentes de bolsas del mundo por estos días. Otra puede ser el “efecto gran manzana podrida”. La indigesta subprime. Pero ella dijo Jazz y tenía ganas de decirles algo. Lo rotulo mal, pero que importa. Cristina representaba a ese paciente que después de tantas recetas que la llevaba a la farmacia, le producía el efecto de ritualizar ese “ir” a la farmacia. Porque vivíamos con el agua por el cuello, pero bien aromatizados. Y también dijo eso de la “mayor intervención estatal en la historia de los estado-nación”. En fin, las vueltas de la vida política. Y esta mujer se lo dijo a ellos, no a su marido. Muchos esperan que le diga “me tenés podrida” a su marido. Pero ella no se lo dice a Néstor, se lo dice a ellos. Qué regalo en el día del politólogo. Y los regalos se agradecen sin mirar los dientes. Entonces hacemos como que no miramos los dientes y decimos: Gracias.
Pero yo quería hablar de representación. Pousadela hace un buen compendio de los orígenes de las revoluciones norteamericanas y francesas donde el embrión del conflicto está dado por la falta de representación de un sector dinámico, de peso, en la sociedad. Es decir, la ausencia de representación no es un paréntesis en la historia. La representación es clave para los procesos de cambio en las sociedades modernas. Ella dijo que nos merecemos otro mundo. Es decir que debemos cambiar. Así, no. Dijo. Y entonces vuelvo acá. Al sur del croissant oriental de Bolivia.
Entonces repito la pregunta: ¿a qué juega políticamente el kirchnerismo? Que hace para representar a los carentes de representación. Se acuerdan el diciembre de 2001. Acá cerquita. No 1776 o 1789. Acá nomás, cuando la gente estaba podrida en serio de los sellos de sus representantes. Casi como ahora. Qué cosa la cultura política argentina que se niega a generar algo nuevo que represente a los no-representados. Esa manía de situar los procesos de cambio en la literatura tradicional partidaria. El “ellos” y el “nosotros” diezmado ante el surgimiento de un “cesarismo cobista” que la gente votaría sin desparpajo. El kirchnerismo que se repliega en el “¿aparatoperonistadeizquierda?”. La consecuencia inmediata, casi automática, de hacer surgir el aparato peronista de derecha. Y ahí estamos. En la vaguedad de lo que fue y quiere seguir siendo. La gloria alcanzada no será negociada. Ahí están los eslogans peronistas que me depositan en la tribuna de cualquier estadio. Ojo, uno cree que el kirchnerismo no será del todo desleal. Que no negará la política. Es decir, y hablando en términos de cancha: no se irá del campo sin jugar el partido. No se van a ir fácil. El kirchnerismo no abandona. Está bien, pero esto es juego profesional. Como en los torneos de AFA. Entonces importa “la semana”, lo que sucede alrededor de la competencia. Incluso del juego. Entonces miramos alrededor y vemos como contratan a los tipos que vienen a jugar por 6 meses y después se reubican rápido. Con o sin campeonato. Mientras que los que quieren salir de perdedores, los carentes de representación, los que evacuó políticamente el sistema se comen el banco, con suerte. No tienen representantes que los llamen y le acaricien el lomo. No hay aliento que acompañe el esfuerzo. A veces se ilusionan con alguna oferta digna que los reubique y se puedan mostrar un poquito. Afirman: y si el juego es así. Si estamos acá adentro juguemos dentro de las reglas, no con las reglas. Si uno quiere competir tiene que aceptar las reglas, nos convencemos todos. Claro, decimos. Seguro, repetimos. Pero lo que prevalece es el movimiento, el flujo de negocios que no se ajustan a las reglas estrictas del juego. Sabemos que un cabezazo es desleal, que una patada de atrás traicionera te puede sacar de la cancha. Eso lo sabemos y nos cuidamos de no hacerlo. Pero el “alrededor” de la profesionalidad no tiene reglas. Lo que no te enteras no está sujeto a la normativa de la competencia. Y lo dejamos pasar, si total nosotros queremos jugar un cachito, tratar bien la pelota y que el viernes en la concentración, el técnico me agarre del brazo y me pregunte como estoy para el domingo. Y sin darnos cuenta estamos comiendo un asado con el volante por derecha que te quiere apadrinar.
En el kirchnerismo no se observa una vocación de ordenar la competencia, el sistema de partidos. Posee un marcado discurso que hace hincapié en lo distinto de su visión de cómo hacer políticas en el país. Incluso corre los límites de lo que se puede enunciar políticamente, pero lo sujeta a una estructura partidaria que hace décadas que no incorpora nuevos sujetos que formen los pilares de su dinamismo. El ejemplo de los movimientos sociales es el más nítido, pero también me refiero a las capas medias, a los profesionales jóvenes, a los pequeños comerciantes en ascenso, a los pequeños productores enojados. Pero volviendo a los movimientos sociales, aquellos que están alineados con el kirchnerismo (no con el Pejotismo) no se sitúan como miembros militantes o activistas de la organización. No poseen esa característica de “núcleo duro” donde los define su labor cotidiana en esa estructura. Es decir, los peronistas denostan a D`Elia y viceversa. Una de las enseñanzas del conflicto con el campo fue que agrupar no es igual a sumar. Y la consecuencia es que aparezca un arribista converso no positivo y te defina el pleito y surja la amenaza de que se piante con los votos de los no representados. Comprende compadre.
Entonces me pregunto, ¿se deben seguir circunscribiendo políticas inclusivas dentro de un marco tradicional de pertenencia partidaria que es excluyente como el pejotismo? Es decir, ¿Moyano te acompaña porque le cantas la marchita o porque le aseguras que los muchachos que el representa no queden rezagados en la vincularidad salario-inflación? (Di lo tuyo Bill).
¿Y los no representados, tanto los que pusimos el cuerpo en las plazas de mayo y congreso como aquellos que no fueron o incluso estaban por tomarse el bondi al botánico?. Es decir, los que estamos descreídos pero queremos creer. Los del 2001, nuestro embrión de cambio. Los que vomitó el sistema. Los que se cansaron y dijeron basta. Los que desprecia el poder. Las consecuencias del 2001. Los no representados y el kirchnerismo. Con la amenaza de que este sea deglutido por la tradicionalidad política. El riesgo de que el kirchnerismo sea fungible. Por errores propios. Por ser extemporáneo. Por negar que una mayor profundidad institucional confluya en una nueva estructuración política que alcance a quienes están podridos de lo que hay.
Pero hoy Cristina dijo que todo el mundo merece un cambio. Y hoy no le vamos a mirar los dientes al caballo. Pero mañana no continúa siendo la fecha de nacimiento de Mariano Moreno. Y no aceptamos regalos retrasados. Mejor que queden para el 2009 que los vamos a necesitar. Entonces desde mañana volveremos a mirar la dentadura y contar las piezas rotas y las sanas y seguiremos decidiendo no lavarles los dientes.
Tengo ganas de hablar sobre representación y kirchnerismo. Pero ya el título me predispone mal así que mejor escribo y después vemos lo que salió. Más bien tengo ganas de tirar ideas y vemos. Hacer un desparramo y después vemos si ordenamos, si completamos o si tiramos todo al tacho o lo incendiamos (que miedo Mauricio, que tumba Ibarra).
A ver, hagamos la pregunta: ¿a qué juega el kirchnerismo? (de que se la da, me apunta uno). No, ya sabemos de qué se la da. Incluso puede que realmente sea aquello que suponemos que se la da. Acá no sé. No tengo la más puta idea, en serio. Y no me importa. Otro tema me interesa, ya lo dije, no?: La representación. Y sumo algo. La representación como factor. Y te la completo: La ausencia de representación como factor de cambio.
Cambio. Dije cambio, y Cristina también dijo cambio. Hoy, en la asamblea de los gobiernos. Bueno no dijo precisamente la palabra cambio. Más bien dijo que “es necesario construir un mundo diferente al que hemos tenido hasta ahora”. Cristina… sus discursos es la medida de mi candor kirchnerista. Y es el motor que me lleva a escribir hoy, en el día del politólogo (Feliz día, gracias). Se lo debo a ella. Porque cuando habla, todavía quiero creer. Siempre me pareció que aquello que los medios reproducen a la sociedad como crítica, me parece su mayor fortaleza: su petulancia. Digo, a mi no me molesta su presunción, su presumir. Pero bueno, no me postulo ni en pedo de asesor. Para que, si se la saben todas. Pero estaba con las palabras de Cristina. Antes que nada, gracias por el regalo a los politólogos. Buen discurso, al punto, listo, certero. Como el tipo/mina que tiene las/os pelotas/ovarios por el piso de la misma cantinela de siempre y se la manda a guardar. Fue un “me tenés podrida”. Ojo, el mundo también está podrido de nosotros y por nosotros. Mano a mano hemos quedado… nos gustaría cantar.
Bueno, ella tiene su estilo. Lo que dice, lo dice con su estilo, medio provinciano. Ella dice “efecto Jazz”. Que no es como el tequila o la Caipirinha que te deja dando vueltas de puro mareo. Que se yo, para mi fue como si se le cayeran un par de torres más, como las del 2001. Como en el final del “Club de la pelea”. Se les vino New York abajo y quedó a escala humana. Yo lo digo así, mezcla de bambino ilustrado y politólogo de cafetín. Pero ella dice “efecto Jazz”. ¿Habrá escuchado Jazz alguna vez? Parece que no. El Jazz no genera un cimbronazo. El “efecto blues” sería más pertinente para acompañar las imágenes de los agentes de bolsas del mundo por estos días. Otra puede ser el “efecto gran manzana podrida”. La indigesta subprime. Pero ella dijo Jazz y tenía ganas de decirles algo. Lo rotulo mal, pero que importa. Cristina representaba a ese paciente que después de tantas recetas que la llevaba a la farmacia, le producía el efecto de ritualizar ese “ir” a la farmacia. Porque vivíamos con el agua por el cuello, pero bien aromatizados. Y también dijo eso de la “mayor intervención estatal en la historia de los estado-nación”. En fin, las vueltas de la vida política. Y esta mujer se lo dijo a ellos, no a su marido. Muchos esperan que le diga “me tenés podrida” a su marido. Pero ella no se lo dice a Néstor, se lo dice a ellos. Qué regalo en el día del politólogo. Y los regalos se agradecen sin mirar los dientes. Entonces hacemos como que no miramos los dientes y decimos: Gracias.
Pero yo quería hablar de representación. Pousadela hace un buen compendio de los orígenes de las revoluciones norteamericanas y francesas donde el embrión del conflicto está dado por la falta de representación de un sector dinámico, de peso, en la sociedad. Es decir, la ausencia de representación no es un paréntesis en la historia. La representación es clave para los procesos de cambio en las sociedades modernas. Ella dijo que nos merecemos otro mundo. Es decir que debemos cambiar. Así, no. Dijo. Y entonces vuelvo acá. Al sur del croissant oriental de Bolivia.
Entonces repito la pregunta: ¿a qué juega políticamente el kirchnerismo? Que hace para representar a los carentes de representación. Se acuerdan el diciembre de 2001. Acá cerquita. No 1776 o 1789. Acá nomás, cuando la gente estaba podrida en serio de los sellos de sus representantes. Casi como ahora. Qué cosa la cultura política argentina que se niega a generar algo nuevo que represente a los no-representados. Esa manía de situar los procesos de cambio en la literatura tradicional partidaria. El “ellos” y el “nosotros” diezmado ante el surgimiento de un “cesarismo cobista” que la gente votaría sin desparpajo. El kirchnerismo que se repliega en el “¿aparatoperonistadeizquierda?”. La consecuencia inmediata, casi automática, de hacer surgir el aparato peronista de derecha. Y ahí estamos. En la vaguedad de lo que fue y quiere seguir siendo. La gloria alcanzada no será negociada. Ahí están los eslogans peronistas que me depositan en la tribuna de cualquier estadio. Ojo, uno cree que el kirchnerismo no será del todo desleal. Que no negará la política. Es decir, y hablando en términos de cancha: no se irá del campo sin jugar el partido. No se van a ir fácil. El kirchnerismo no abandona. Está bien, pero esto es juego profesional. Como en los torneos de AFA. Entonces importa “la semana”, lo que sucede alrededor de la competencia. Incluso del juego. Entonces miramos alrededor y vemos como contratan a los tipos que vienen a jugar por 6 meses y después se reubican rápido. Con o sin campeonato. Mientras que los que quieren salir de perdedores, los carentes de representación, los que evacuó políticamente el sistema se comen el banco, con suerte. No tienen representantes que los llamen y le acaricien el lomo. No hay aliento que acompañe el esfuerzo. A veces se ilusionan con alguna oferta digna que los reubique y se puedan mostrar un poquito. Afirman: y si el juego es así. Si estamos acá adentro juguemos dentro de las reglas, no con las reglas. Si uno quiere competir tiene que aceptar las reglas, nos convencemos todos. Claro, decimos. Seguro, repetimos. Pero lo que prevalece es el movimiento, el flujo de negocios que no se ajustan a las reglas estrictas del juego. Sabemos que un cabezazo es desleal, que una patada de atrás traicionera te puede sacar de la cancha. Eso lo sabemos y nos cuidamos de no hacerlo. Pero el “alrededor” de la profesionalidad no tiene reglas. Lo que no te enteras no está sujeto a la normativa de la competencia. Y lo dejamos pasar, si total nosotros queremos jugar un cachito, tratar bien la pelota y que el viernes en la concentración, el técnico me agarre del brazo y me pregunte como estoy para el domingo. Y sin darnos cuenta estamos comiendo un asado con el volante por derecha que te quiere apadrinar.
En el kirchnerismo no se observa una vocación de ordenar la competencia, el sistema de partidos. Posee un marcado discurso que hace hincapié en lo distinto de su visión de cómo hacer políticas en el país. Incluso corre los límites de lo que se puede enunciar políticamente, pero lo sujeta a una estructura partidaria que hace décadas que no incorpora nuevos sujetos que formen los pilares de su dinamismo. El ejemplo de los movimientos sociales es el más nítido, pero también me refiero a las capas medias, a los profesionales jóvenes, a los pequeños comerciantes en ascenso, a los pequeños productores enojados. Pero volviendo a los movimientos sociales, aquellos que están alineados con el kirchnerismo (no con el Pejotismo) no se sitúan como miembros militantes o activistas de la organización. No poseen esa característica de “núcleo duro” donde los define su labor cotidiana en esa estructura. Es decir, los peronistas denostan a D`Elia y viceversa. Una de las enseñanzas del conflicto con el campo fue que agrupar no es igual a sumar. Y la consecuencia es que aparezca un arribista converso no positivo y te defina el pleito y surja la amenaza de que se piante con los votos de los no representados. Comprende compadre.
Entonces me pregunto, ¿se deben seguir circunscribiendo políticas inclusivas dentro de un marco tradicional de pertenencia partidaria que es excluyente como el pejotismo? Es decir, ¿Moyano te acompaña porque le cantas la marchita o porque le aseguras que los muchachos que el representa no queden rezagados en la vincularidad salario-inflación? (Di lo tuyo Bill).
¿Y los no representados, tanto los que pusimos el cuerpo en las plazas de mayo y congreso como aquellos que no fueron o incluso estaban por tomarse el bondi al botánico?. Es decir, los que estamos descreídos pero queremos creer. Los del 2001, nuestro embrión de cambio. Los que vomitó el sistema. Los que se cansaron y dijeron basta. Los que desprecia el poder. Las consecuencias del 2001. Los no representados y el kirchnerismo. Con la amenaza de que este sea deglutido por la tradicionalidad política. El riesgo de que el kirchnerismo sea fungible. Por errores propios. Por ser extemporáneo. Por negar que una mayor profundidad institucional confluya en una nueva estructuración política que alcance a quienes están podridos de lo que hay.
Pero hoy Cristina dijo que todo el mundo merece un cambio. Y hoy no le vamos a mirar los dientes al caballo. Pero mañana no continúa siendo la fecha de nacimiento de Mariano Moreno. Y no aceptamos regalos retrasados. Mejor que queden para el 2009 que los vamos a necesitar. Entonces desde mañana volveremos a mirar la dentadura y contar las piezas rotas y las sanas y seguiremos decidiendo no lavarles los dientes.
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