Era de noche. Estábamos caminando en uno de esos espacios abiertos que combinaban cemento y tierra, tan típicos de los paisajes públicos actuales de las grandes ciudades. La luminaria poseía una intensidad tal que permitía una visión óptima y de cierto magnetismo. En un momento nos detuvimos. Tuvimos el presentimiento de que algo sucedía. Quienes me acompañaban poseían rostros no reconocibles pero en definitiva me acompañaban. Íbamos juntos. Pertenecíamos, de alguna manera, a un mismo espíritu. Decía que detuvimos la marcha y miramos al cielo. Por encima de la altura de los faroles que enfocaban nuestro espacio apareció un OVNI. Este objeto tenía la típica fisonomía de un plato volador de las películas clásicas de Hollywood. Por encima de la superficie ovalada se edificaba una cúpula que definía al objeto como un trompo pero de superficie plana. Claro, en definitiva era un plato volador que no requería una base en punta que le permitiese girar sobre su eje como los conocidos trompos del tiempo de ocio de nuestra niñez. Por debajo de la superficie ovalada, varios focos de luces de variados colores contrastaban con el gris opaco de la fachada del acorazado. Las luces se tornaron intermitentes, era una nave voladora estilo disco. Solo faltaba la música. En su lugar una voz comenzó a hablarnos. En nuestro lenguaje y en nuestro idioma. Con palabras y en castellano. El formato era de mensaje sin espacio para él ida y vuelta de preguntas y respuestas, de opiniones y pareceres. El disco volador hablaba y nosotros escuchábamos, temerosos. La idea de ser atacados nos invadía. Estábamos agazapados, como esperando el momento donde el misterio de aquella presencia externa deviniese en asalto. El misterio se presentaba como posibilidad de desintegración física de nuestros cuerpos. Luego de un rato, las palabras cesaron sin haber podido comprender del todo el motivo de su presencia. La nave inició el descenso al mismo sitio donde estábamos, lo que motivo la búsqueda de un refugio que nos tranquilizara, que nos escondiera. No alcanzó a aterrizar, más bien se deslizó a pocos centímetros de la superficie de cemento. Recuerdo estar detrás de una columna y ver una ventana amplia en la cúpula e la nave. La posibilidad de visualizar el interior de la nave me motivó. Fui siguiendo el recorrido de la nave sin ser visto, corriendo entre las columnas del boulevard. Mis compañeros estaban desperdigados por la zona. Nadie me acompañaba en esta empresa. Estaba solo. La nave viró. Me daba la sensación de estar buscando un sitio para estacionarse, pero enseguida el ruido de motores se hizo intenso, adelantando un despegue definitivo. Y allí alcance a ver su interior. Una pareja de ancianos comandaba la nave. El reconocimiento fue instantáneo. Eran unos viejitos famosos por sus testimonios acerca de la presencia de OVNIS. Decían haber tenido contacto con extra-terrestres y les rendían homenaje a esos visitantes del universo con performance de este estilo, reproduciendo todo ese bagaje que el cine había escenificado en las películas del género a varias generaciones en los últimos setenta años.
Mientras todo esto recordaba, antes que la nave se nos pierda en las alturas, el viejo promotor de la vida extra-terrestre sacó de debajo del control de mandos una botella y un paño. Con una sonrisa me miró y se esfumó velozmente como la nave. Recuerdo mi indignación y mi último pensamiento antes de abrir los ojos: no puede ser, a los OVNIS los auspicia Budwaiser.
Mientras todo esto recordaba, antes que la nave se nos pierda en las alturas, el viejo promotor de la vida extra-terrestre sacó de debajo del control de mandos una botella y un paño. Con una sonrisa me miró y se esfumó velozmente como la nave. Recuerdo mi indignación y mi último pensamiento antes de abrir los ojos: no puede ser, a los OVNIS los auspicia Budwaiser.
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