Rosa me regaló un cuaderno. Ella nunca me preguntó si escribía. Ella nunca me preguntó por mis estudios. Durante mucho tiempo no le di la chance. Rosa es mi abuela de 87 años. Durante 7 años no me hable con ella. Desde sus 79 hasta el año pasado. Desde Febrero voy a su casa los sábados y almuerzo con ella. Mi abuela es tana de La Boca, de Avenida Suárez, de banchero y de Quinquela. Cuando se casó con Arcángel, hace 66 años se mudó a Boedo. Y allí es donde los sábados voy. Mi abuela dice que no puede hablar con los jóvenes. Es su manera de decir que no entiende al mundo actual. Conmigo habla, incluso nos animamos a discutir sobre algunos contrapuntos derivados de los temas que se tratan. Pero ella insiste en que no puede hablar. Ella no sabe que escribo. Ella me regaló un cuaderno. Fue el sábado anterior. Este sábado, luego de pedalear las 30 cuadras que separan mi casa de su casa, me recibió, como siempre, con la mesa preparada y la comida casi a punto de cocción. A veces me deja que yo le cocine, pero ella insiste en agasajarme. Ella, por sobre todas las cosas es una cocinera. Al menos en mi recuerdo. Que para mi abuela es la completitud, su completitud: el recuerdo. Fue una cocinera de toda la cancha, de todos los días. De doble turno. El día que me cedió su cocina para que le prepare, muy desvergonzado, unas bruschettas, comprendí lo que es sentirse orgulloso de uno mismo. Pero estaba con el tema del cuaderno. Entonces apenas llego me pregunta si me había gustado el cuaderno:
- Si abuelita, gracias. Mira lo tengo en la mochila – y se lo muestro.
- Y por qué llevas el cuaderno en la mochila – preguntó
- Porque a veces escribo.
La mire, me miró. Ella movió la cabeza de arriba hacia abajo repitiendo el movimiento. En silencio. Como el cuaderno Gloria, que se me había quedado sin hojas. Sin decir nada. ¿Y cómo querés que escriba si no tengo el cuaderno?
- Si abuelita, gracias. Mira lo tengo en la mochila – y se lo muestro.
- Y por qué llevas el cuaderno en la mochila – preguntó
- Porque a veces escribo.
La mire, me miró. Ella movió la cabeza de arriba hacia abajo repitiendo el movimiento. En silencio. Como el cuaderno Gloria, que se me había quedado sin hojas. Sin decir nada. ¿Y cómo querés que escriba si no tengo el cuaderno?
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